En el alma de los cisnes


El poeta se enamora
de las palabras:
Las piensa, 
las desea,
las persigue,
las hace suya y, 
en un éxtasis de latidos, 
las deja florecer.

Cada verso es un retazo 
del alma hecho imagen,
un despliegue de encanto, 
emotividad y entrega.

La poesía es luz y es sombra,
es aprehensión y es misterio.

La poesía es el germen 
de un latido hecho cielo,
de un atar lo tangible a lo intangible
para transmutarlo en flor,
de un suspiro que va sembrando
de reflejos la existencia.

La poesía nace de lo interno
tan eterna como el tiempo
y tan sublime como el amor,
vistiendo el lenguaje de los siglos.

El poeta busca sus alas
en las aguas del silencio,
la soledad es su eterna aliada 
y la imaginación su refugio.

A través de la imaginación el poeta
toca la esencia de las formas,
trasciende la superficie 
y designa a su modo la realidad.

El poeta como el fénix 
renace de sus propias cenizas:
muere por momentos a lo palpable
y emerge nuevamente de sus entrañas, 
plasmando en tinta lo sentido.

Todo poeta lleva en su ser 
un océano de sueños,
un espacio oscuramente alimentado
por la fuerza del corazón
y la sed de recobrar 
el fuego de los pasos
que en la memoria del tiempo
abandona la distancia.

En la poesía la fantasía y la realidad
caminan de la mano,
es un mundo tan complejo
como la vida misma;
un mundo donde la magia
y el misterio dan hálito al silencio. 

El poeta es desde el silencio, 
concilia desde el ser la orilla,
el influjo de lo exterior
y es entonces la magia,
la virtud de mutar 
desde el ser cada impresión,
y es entonces el misterio
como un manto de espejos,
convocando lo sublime:
la estética, el profundismo;
dando piel, aire
y razón al sentimiento,
eternizando lo efímero.

Sin sombra el poeta 
es como un libro abierto,
la poesía es forma 
y es sombra en conjunción,
es un efluvio de sapiencia y sutileza,
un amasijo de sueños,
sentires y verdades.

La nueva poesía trae consigo
un mundo ambiguo,
un mundo de cortezas y raíces,
trae consigo un mundo alado,
casi al margen de la métrica.

Hoy el poeta teje en prosa 
las páginas de su yo;
se viste de intensidad para enunciar
ya sin trabas cada huella,
para seguir buscándose
en lo que contempla.

El poeta se entrega en libertad
a lo que es  y a lo que parece,
se hace pleno expositor 
de su más hondo sentir
y franco receptor de todo
cuanto conforma su entorno,
no hay barreras ni vanas imposiciones,
sólo un místico e ininterrumpido 
resplandor de cielos y metáforas
que desvela en alas lo indeleble.

A partir de ese recién
profundo despertar
el canto de los cisnes
se hace eco de lo sublime,
la poesía se transforma
en un río de objetos y elementos
que en el fondo guarda de la vida
las más enterradas flores. 

A pesar del entorno en que florece,
la poesía del libre y denso pensar
se hace cada vez más culta y significante.

Sólo el poeta lleva a la luz el corazón;
convierte sus memorias en poesía
y, a veces, con suma
y sensible destreza la modifica.

A diferencia del poeta la poesía es,
en forma y en esencia, eterna.
La poesía es, sin duda, en cada cosa,
en lo que mece al embeleso,
en cada gota de simetría,
donde la ternura de lo inefable
en silencio respira.

El éxtasis que nace de lo contemplado,
sea fuera o dentro del ser
es la causa de la inspiración.

Lo que es en el ser, muchas veces,
no es, propiamente del ser,
sino que proviene de lo exterior.

Otras veces, lo que es en el ser
fluye como el viento,
sin de donde o hacia donde,
sencillamente llega,
aflora para impregnar de hondura
la causa sensible,
para hacer del poeta
una incógnita de la existencia.

Donde la mirada
de un poeta se pierde
llega siempre como el aire
una metáfora,
un asomo de colores transmutado.

El poeta fácilmente se aleja,
se entrega a su mundo
quedándose absorto y silencioso,
asciende a su atmósfera particular
para encontrarse y seguir siendo
a partir de cada concepción.

Sólo un alma sensible concibe
el orbe y sus reflejos,
lo que es y lo que parece,
entre rosas y espinas,
vive para atesorar
y exaltar, en tropos de tinta,
todo lo que es,
lo que es el ser humano: 
Sus miserias, virtudes y pasiones. 

Como un raudo e impetuoso destello
que arropa de repente
y por equis tiempo
la mente y el corazón
es el sentir que suscita
la iluminación de un gran poema.

Casi siempre ese sentir,
ese intenso espacio
de nubosa claridad memorial
tiene por fuente la nostalgia:
Lugares, personas, momentos y cosas;
Pasajes que dejan 
por siempre  un rescoldo,
una aguda, constante
e intrínseca sensación.

La poesía es siempre
embrujo de un instante,
instante del que emerge
como un velo el deseo;
ilusión de vida que
cae a lo que somos,
que se apropia del silencio,
desde donde la inventiva
como huésped de lo etéreo
anuda a su antojo cada escena.

Bajo el soplo de las musas
todo es agua del sentir creativo;
propio o no, cada surco por su influjo
se hace imagen,
subterránea efigie que al nacer
perpetúa el motivo del delirio.

Para el duende del delirio
ha de haber siempre un porque,
ante el cosmos de sus tratos
está el poema,
única e irrebatible presea
por la que nace el poeta.

Contra el halo de lo común
nace el poeta:
observa, piensa, sueña;
indaga con vasto y constante interés
Para legar su magia, para extender
su ciencia de horizonte,
para dejar sentado cada espejo.

De su hálito creador,
forjador de estrellas sigilosas
son las más altas y nutridas conjeturas
y aunque no sean las más entendidas,
casi siempre, contienen
como el orbe la savia
y el color de lo evidente. 

El poeta es libre en su reino,
en su esfera peculiar de sueños
e iluminaciones.

En su entorno subjetivo están las alas
del espíritu creativo en que vive.

El verdadero poeta es un profeta 
de la palabra y el decir
y un eterno ilusionado del tiempo
y el espacio en que transcurre; 
con sus ojos interiores contempla
la existencia y embebido
de imágenes lleva a la luz
lo que de otra forma ningún
ser humano podría expresar.

Lo que llega al poeta, lo que vislumbra,
retiene, amolda 
y conjuga en las mágicas
regiones de su ser,
es lo que paulatinamente construye, 
prolonga y da sentido
a su aparentemente sencilla, 
pero compleja realidad.

Siempre hay soles que invoca el poeta,
que lo hacen volver
al silencio de lo todo.

El mundo es una gran metáfora
y para poderla respirar a plenitud
Para sentirla y reinventarla
desde el sueño,
es preciso ir más allá de la corteza
y adentrarse en sus raíces,
alejarse de la orilla,
para estimar ciertas campanas.

Todo lo hemos nombrado
desde el sueño,
hemos buscado de cero
cada designación.

Detrás de cada forma, de cada pieza
que conforma lo aparente,
se oculta un significado
enteramente diferente,
etimológicamente opuesto
a lo que comúnmente entendemos. 

Hemos designado todo, 
quedando únicamente irresoluto
el misterio del origen.


Hemos interpretado y magnificado
de forma aceptable lo exterior,
le hemos puesto una coraza
aproximadamente exacta,
Pero el poeta siempre haya
una pequeña puerta,
Por ella entra su alma y su silencio
entonces tiende
a poblarse de horizontes 
y cada signo a nacer
como eco de lo todo.
  
La razón que hace al poeta
vive del alma de las cosas,    
nada a simple vista parece
tener un profundo significado,
Pero el poeta
corre el velo de las formas;
desde el enigma bautiza
y deja a la intemperie la belleza,
la pureza y la sublimidad 
que habita detrás de cada cosa.                                                                                                                 
                
                  Rafael N. Fernández          
                               














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