La cruda realidad
Tropieza un ser humano y otro ser humano se ríe,
lo ve sumergido en
la pobreza y lo tacha de fracasado
e
insignificante; necesita de una mano
amiga
y sólo hay peros en
el camino, excusas que hacen
aún más compleja e irresoluble
su condición.
Esa es la razón que crea el desequilibrio,
la que prevalece por
encima de la conciencia,
pues lo que con más
naturalidad sabemos hacer
es lo que con más
intensidad deberíamos aborrecer:
sabemos
enorgullecernos de nuestros logros
Y ostentar a los
cuatro vientos la prosperidad,
sabemos convertir
nuestras moradas en suntuosos
Palacetes y andar en
un vehículo vistoso para
arriba y para abajo,
sabemos gastar dinero y tiempo
en frivolidades, en
festejos, en agasajos a quienes
menos lo merecen,
pero apelamos a toda clase
de argumento, de
inventiva y negación cuando
tenemos que ayudar a
quien no tiene la más mínima
esperanza de una
mano amiga, preferimos obviarlo,
pensamos que cada
quien debe rascarse con sus uñas
y que nadie es tan
tonto como para ayudar a gentes
adultas que se deben
buscar por ellos mismos la vida
y no servir de estorbo
en el camino de los demás.
Es una pena que haya
tanta indiferencia, desidia
y malquerencia entre
nosotros, la tierra fuese un lugar
mejor si quienes
tienen en sus manos la posibilidad
de ayudar y de
cambiar definitivamente algunas
inhumanas realidades
se dispusieran hacer
lo que le
corresponde, a transformar de forma positiva
el entorno de
quienes viven en la miseria,
a mejorar su calidad
de vida a través de un justo salario
o a hacerles
participe de su bonanza incluyéndolos
en sus listas de
buenas intenciones, creando soluciones
donde sólo hay dificultades, llevando hasta las puertas
de los que nada
tienen, proyectos que los reivindiquen
y que terminen, poco
a poco, con el ciclo de precariedad,
desesperanza,
aflicción e incertidumbre al que siempre
han estado
sometidos.
Rafael N. Fernández.
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